jueves, 13 de febrero de 2014

Amor y poesía


Manuel Cuen Gamboa*
 
Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero.
Santa Teresa de Ávila
 
 
Uno llega al amor de muy diversas maneras. Amas a quienes te rodean. Aprendes a convivir con una familia y muestras los principios de la fidelidad al clan. Dependes de alguna manera de ese grupo humano para sobrevivir. Después aprendes a quererte a ti mismo. Indispensable para vivir en un mundo social donde quienes te rodean ya no es únicamente tu familia.
Y llega ese momento en que el amor ronda tus primaveras y después de varios intentos a veces fallidos, otras con relaciones certeras, terminas uniendo tu vida a otra persona la que te trae satisfacciones y un cierto sentimiento de complementariedad.
 
Uno se enamora muchas veces y de distintas personas. Tal vez esas formas y niveles de enamoramiento también sean diversos. Puede ser también que revisados a la distancia, esas relaciones ya no se ven con la misma intensidad. Es decir, no puedes comparar a Lupita, con Marcela o con Livier.
 
Amé, fui amado. Hasta la fecha. Uno vive amando siempre, enamorándose todos los días. Imaginándose relaciones posibles e imposibles. Y cuando uno ejerce el oficio de poeta, entonces el amor es fundamental en la obra y en la vida.
 
Hay poemas que se han quedado por siempre en la memoria, porque fueron tal vez, sustanciales en estas relaciones a los largo de la vida. Pablo Neruda, Mario Benedetti y Santa Teresa de Ávila, entre otros, no solamente inspiraron relaciones sentimentales o las fortalecieron, en mi caso, sino que los poemas como tales fueron capaces de inspirar otros poemas que no lo alcanzan en calidad, pero que tuvieron un fin útil en su momento.
 
Como olvidarse, por ejemplo del poema Amor eterno de Gustavo Adolfo Bécquer:
“Podrá la muerte/cubrirme con su fúnebre crespón/Pero jamás en mí podrá apagarse/ La llama de tu amor”.

Nunca podre olvidar mis tiempos universitarios en Hermosillo y con ello, poemas como Te quiero, de Mario Benedetti: “
si te quiero es porque sos/mi amor mi cómplice y todo/y en la calle codo a codo/ somos mucho más que dos”.
Leo el poema o escucho la canción que interpretaba Nacha Guevara y me remite siempre a los años en que mi vida transitaba en torno a la Universidad de Sonora; la lucha diaria por sobrevivir, los amores, los principios en el arte. Todo.
Ese fue tiempo también en que leí, leí y seguí leyendo como loco a Pablo Neruda. Será por su espíritu combativo. Porque era lo que leían los universitarios. Lo que sea, pero recuerdo que leí completito y varias veces El Canto General de Pablo Neruda. Es más, hasta recuerdo un disco, de esos de acetato llamados Long Play con una producción musical muy interesante sobre el libro del poeta chileno en que le canta a la naturaleza, a la patria.
Pero la otra parte de Neruda son sus poemas de amor. En especial  el poema 15, de los 20 poemas de amor y una canción desesperada: Me gustas cuando callas porque estás como ausente, /y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca. /Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
Imposible olvidarse, si de amor se trata, aquel poema de Benedetti, especial para amar en las luchas sociales, metidos hasta el codo en las grillas políticas, como alguna vez sucedió: “Compañera/usted sabe/puede contar/conmigo/ no hasta dos/ o hasta diez/ sino contar/ conmigo”.
Uno llega al amor de muy diversas maneras. Amas a quienes te rodean. Aprendes a convivir con una familia y muestras los principios de la fidelidad al clan.
Vivo enamorado y soy feliz. ¡Que viva el amor!
*Este y otros artículos de Manuel Cuen, están disponibles para su consulta en: http://www.alasdeltigre.blogspot.com/ 

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