Ser
periodista conlleva siempre una serie de riesgos. He estado al frente de un
micrófono y firmando con mi propio nombre, una columna periodística y por
supuesto, he sabido lo que es ejercer la libertad y de las consecuencias que
ella arroja, cuando el poder se molesta por lo que dices o lo que escribes.
Luego, escribir sobre ese tema tan
complejo como es de los migrantes, pue hace que uno se enfrente siempre
al dolor, porque migrar no tiene otro significado más próximo que dolor. En ese
sentido, sé, de lo que está hablando Ramón Eduardo cuando escribe.
Agradezco
haber sido invitado a presentar el libro Historias mías o liberando al león
de su jaula de Ramón Eduardo Ortiz León, a quien conocí hace un par de años,
cuando me contactó para participar en el encuentro Poetas Migrantes.
Con
esta serie de historias, dice en la introducción de su texto, pretendo desde
este momento, documentar y narrar qué piensa y cómo vive la gente. Lo que pasa
a nuestro alrededor y de frente a lo que considero un año decisivo para la
historia moderna de nuestro país. Ramón Eduardo hablaba de 2012, fecha en que
los mexicanos vivimos de nueva cuenta una esperanza democratizadora que
finalmente se apagó, sin siquiera haber iniciado. Y por supuesto, en eso
también coincido con él. Esperanzas esperanzadoras.
Pero
voy a lo que expresa en el principio del párrafo: “documentar y narrar qué
piensa y cómo vive la gente. Lo que pasa a nuestro alrededor” y bueno, creo que
después de leer estas crónicas te encuentras finalmente conque justo eso fue lo
que hizo el autor, darle voz a la gente, que desde debajo de la estructura
social se mueve, haciendo que la nación se mueva. Lo que aquí encontraremos no
son historias extraordinarias o fuera de lo común, es lo que pasa en el barrio,
en la colonia, con los vecinos. Lo que diariamente vivimos los residentes de la
frontera y que tal vez se parezca o no a lo que viven en el centro o sur del
país. El caso es lo mismo. La voz de la gente, no de los encumbrados.
Y
aunque Ramón ha dejado de escribir para periódicos de papel, arriesgándose a
crear su propio medio digital, como es ahora moda, la verdad es que siente una
gran nostalgia por el gusto de oler el
periódico y entintarse las manos. Por eso escribe lo siguiente: …es un placer
disfrutable leer algo en papel, sentir su textura, ver sus colores, oler su
tinta, mancharme los dedos con ella, algo que una pantalla no podrá sustituir
jamás. Desgraciadamente estoy seguro que eso pasará con el tiempo.
La
vida del autor ha dado muchos vuelcos y de ello nos enteramos en el propio
libro. Aun tratándose de un texto que no necesariamente es autobiográfico, pero
la forma de narrar de Ramón, nos permite irnos enterando de los vericuetos de
su vida en comunidades rurales de Sinaloa y de Sonora.
Dice:
“Hoy mi vida ha cambiado quizá para bien o quizá no, pues los riesgos de este
oficio como periodista son casi iguales o superiores a los que tenía en ese
entonces (cuando Ramón vivía en Sinaloa). Pero en eso anos podía yo defenderme
o responder a posibles enemigos con la misma moneda. Hoy no tengo más que el
teclado de mi lap top, y mi pecho inerme ante los riesgos y amenazas, cumplidas
o no”.
El
migrante hondureño que logra librarla después de un intento de asesinato. La
mujer indígena abusada que tiene que enfrentarse en primera instancia ante la
incredulidad de los hechos en su familia y la desconfianza en el sistema de
justicia. La historia del trailero que decidió vivir en pleno desierto, alejado
del bullicio y de la falsa sociedad, en una historia tal vez similar a la
creada por Daniel Dufoe en La vida e
increíbles aventuras de Robinson Crusoe.
La
dramática vida en las poblaciones sinaloenses rurales en las que puede ser
común que lleguen los sicarios al pueblo en plena luz del día, frente al convoy
policial y acaben cruelmente con los contrarios. Situación que por supuesto no
es exclusiva de Sinaloa, instalándose desafortunadamente en casi todo el país.
La
desaparición de connacionales quienes en su intento de cruce o por rentarse
como mulas del narco, pierden la vida en las candentes arenas del desierto o
son secuestrados o asesinados por los mismos que los contrataron y les
ofrecieron el cielo y las estrellas. Los que si consiguieron con éxito el
trasiego de la droga serán vistos después presumiendo sus cueros de rana, ropa de marca y en fin todo aquello que distingue a
la cultura buchona que se esparce
rápido por todo el país como una cultura prende en los jóvenes, ante la falta
de héroes verdaderos.
De
eso escribe Ramón Eduardo Ortiz. De eso está hecho Historias mías…Felicito al
autor por su heroica prosa y por hacerla realidad en forma de libro.
Felicidades a los organizadores por tan magno evento. Que haya muchos más.
Gracias.
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